Periodista de elCaribe convive 24 horas con reclusas de Najayo

01.10.2013 14:43

Son justamente
las 3:24 de la
tarde, y el
nombre de María
Sánchez está siendo inscrito en el libro de
entrada a la cárcel de Najayo-mujeres. La
agente Cuevas se encarga de recibirla, le
ordena sentarse en una silla plástica de
espalda al cuarto de inspección, mientras
las demás reclusas pasan cerca del área y
se quedan observando de manera extraña
a la joven de 21 años. ¿Tú eres nueva
amiguita?, ¿Por qué tu estás aquí?, ¿Tú
vienes del Palacio de Justicia del Distrito o
de la Charles? ¿Te trajeron por los kilos de
droga?, le pregunta con insistencia una
reclusa a Sánchez mientras espera ser
atendida por la doctora que realiza un
chequeo de rutina.
Ya de vuelta en el cuarto de inspección, la
agente Cuevas toma las pertenencias de la
nueva interna y con mucha cautela se
encarga de depurar cuáles son las cosas
que pueden entrar al penal y cuáles no.
Luego le pide a la joven que se quite la
ropa y que se agache para verificar que
no tiene nada oculto en “ninguna” parte
del cuerpo. Al final de la inspección
quedan inscritas en un acta las
pertenencias que no pueden pasar y son
guardadas para entregarlas a la familia de
Sánchez en la primera visita que le
hagan.
La joven está exhausta pero aún falta
mucho para terminar su proceso de
entrada al penal. La llevan a varios
departamentos (sicología, tratamiento
social, educación y jurídica), para cumplir
el protocolo.
En la celda
A las 5:10 de la tarde, ya ha finalizado el
proceso de ingreso, a Sánchez le entregan
algunos utensilios para su higiene, un t-
shirt verde, que utilizará en lo adelante
como un uniforme. Colchón en mano
camina por el pasillo hasta llegar a lo que
denominan área de observación del
pabellón G, en el segundo piso.
Todas las miradas se clavan en ella,
mientras la agente que la acompaña le
presenta a otra reclusa que funge como
coordinadora del pabellón. Nadie dice
nada.
De repente se escucha cómo un plástico
choca con las barras de la celda donde
está Sánchez.
-¡Carne nueva!, grita una de las internas.
Pasan dos minutos y una de las ocho
reclusas con las que Sánchez comparte
celda le ayuda a hacer su cama. Le indica
que ponga sus cosas en un casillero algo
deteriorado. Le falta pintura a la celda,
pero cada quien tiene su cama y en
general todo luce limpio.
-¿Estás por lavado?, le gritan a Sánchez
desde fuera de su celda. Ella rompe el
silencio y responde en tono despectivo:
“¿Por qué, parezco rica?”. La otra interna
agrega: “yo tengo 15 años en las costillas”,
como una forma de intimidarla.
Una de sus compañeras de celda se
acerca y le dice: “no puedes hacer ruido
porque nos trancan y si te portas mal te
mandan para reflexión (una celda)”.
Le sigue diciendo que allí todo hay que
comprarlo (t-shirt, jabón, papel,
merienda), que no puede salir al pasillo
del pabellón porque es nueva; puede ver
la televisión, hacer llamadas miércoles y
sábado, comprando una tarjeta. Le
recomienda también que no le respondas
a nadie, que no tienen por qué saber
nada de ella.
Las quejas de las internas
Algunas internas empiezan a quejarse del
trato que reciben, de la comida, del calor,
de la falta de insumos, que se le exija
uniforme y no se los dan… momento justo
donde son interrumpidas por el sonido
del timbre. Sánchez no ha visto la hora,
pero sabe que son cerca de las 6:00 de la
tarde, hora de la cena. Fuera de los
pabellones algunas dicen que quienes
critican el sistema es porque no pueden
someterse a las reglas.
Las mujeres de Figueroa
Al bajar al comedor, Sánchez se detiene
antes de entrar y mira fijamente hasta la
cancha, solo le faltó un segundo para
identificar a dos de las internas que
jugaban voleibol en equipos contrarios:
Sobeida Félix y Leyvi Yadira Nin Batista, la
amante y la esposa del capo José David
Figueroa Agosto, quienes están en la celda
de máxima seguridad y no se les ve
compartir las comidas con las demás.
“Ellas salen a jugar”, le dice una española
a Sánchez y sin que se le pregunte cambia
el tema y dice: “quiero que salga mi
extradición, uno no puede estar en paz
con mi “amiga” aquí, ahora mismo
peleamos y por eso salí del comedor a
tomar aire”.
Pasada la cena (víveres con salami), las
internas en la celda de Sánchez empiezan
a hablar de sus amoríos y sus procesos,
mientras miran la televisión. Una de sus
compañeras le ofrece apoyo, pero la deja
diciendo que tiene que hacer su destino.
¿Y que es un destino?, pregunta Sánchez.
“Los oficios que le ponen aquí a uno, por
ejemplo yo voy tres días a enjuagar los
platos”, responde la interna.
Llega la hora de bañarse pero no hay
agua, la coordinadora del pabellón hace
todo lo posible por buscar un botellón y
que cada cual consiga su agua. Finalmente
a Sánchez le entregan un botellón vacío y
camina hasta la cocina, donde llena el
envase y se baña en el único baño que
tiene la celda, el cual comparte con otras
ocho reclusas. “Guarda agua para
mañana, así no tienes que buscar”, le
recomiendan. Al llegar el toque de queda,
a las 11:00 de la noche, apagan las luces y
tratan de dormir, pero los dos abanicos
de la celda no son suficientes para
combatir el calor. Pasan las horas, el
timbre vuelve a sonar, son las 6:00
mañana, las reclusas que deben ir a
audiencia se levantan, las demás deben
estar listas para el desayuno a las 8:00.
Las que estudian en la universidad van a
la biblioteca, en repostería hacen unos
pasteles, las de belleza se arreglan. Cada
cual busca su quehacer y su oficio. A las
11:45 se repite la ecuación y las internas
bajan a almorzar (sopa y arroz). Nadie se
queda sin alimentos a menos que así lo
decida.
En horas de la noche una reclusa hizo
crisis
Es muy tarde en la noche y se escucha a
la coordinadora del pabellón decir
¡Agente¡, ¡agente¡, ¡agente¡, esperando que
el personal del centro acuda al lugar,
varios minutos después del llamado,
finalmente llegan. Resulta que a una
haitiana le subió la presión y tiene dolor
de cabeza. “Esto es cuestión de
supervivencia”, dice una de las internas.