México y el infierno de la trata de mujeres

15.11.2013 15:23

Si el averno existe y tiene puertas,
una de ellas está en el número 189 de
la Calzada Melchor Ocampo, colonia
Anzures, Ciudad de México.
A ese lugar fue llevada, en 2007, Karina,
una joven costarricense que entonces
tenía 24 años. Creía que iba a trabajar de
mesera.
"Cuando llegué me recibieron dos
personas y me dijeron que en un ratico
llegaría el dueño o el gerente. Me
pidieron que subiera a cambiarme. Subo
y cuando entro veo a una chica tirada
en el piso, desangrándose. No sabía por
qué. Y otra que estaba toda tomada,
drogada. Y a muchas chicas desnudas,
cambiándose".
Estamos en un edificio en el sur de
Ciudad de México. Por la ventana se
escuchan sirenas de patrullas policiales y
otros ruidos normales de la vasta urbe.
Karina sólo dispone de una hora,
después será llevada a un lugar secreto.
Su relato continúa.
"Me dice la señora del camerino que me
cambiara y me da una faldita así de
chiquitica, unos zapatos así, gigantescos.
No me gustó y me salí. Quiero bajar y los
de seguridad me dicen '¿a dónde vas?'".
"Yo no podía hablar por la impresión
que me había dado ver a la chica tirada
en el piso, con mucha sangre.
Me agarran de los brazos, me jalan de los
cabellos y me golpean. Insultos. Y me
dicen: 'aquí no hay meseras: todas son
putas'. Que tenía que bailar desnuda y
acostarme con cuanto cliente llegara".
Su voz se quiebra. Una larga pausa.
"Me dejan en un cuartico chiquitico,
obscuro. Entró el dueño, me dio una
bofetada. Uno de los de seguridad me ha
rasgado toda la ropa y el dueño dice que
tienen que aprender a educar a las
mujeres. Y me viola".
"Después me agarran de los cabellos.
Uno mantenía mis brazos abiertos, otros
mis piernas, me voltean y me violan por
atrás. Me violan cuatro de seguridad,
uno a uno. Siete meseros. Y quedo
inconsciente".
"Lo último que recuerdo antes de perder
el conocimiento es que había un tipo en
mi rostro que se reía. Todos se reían.
Sentía agua caliente en mi cuerpo. No
era agua, era semen".
Es sólo el principio de su relato. Karina
rompe a llorar y ya no deja de hacerlo
durante más de una hora.
Aún no me ha contado lo que ocurrió
con sus hijas.
II
México es uno de los países más
afectados por la trata de personas,
incluyendo mujeres y niños.
Organizaciones como la Fundación de
Asistencia Social Humanitaria (Asahac) lo
consideran como el segundo país del
mundo con más trata. El primero es
Tailandia.
Otros, como Luis González Placencia,
presidente de la Comisión de Derechos
Humanos del Distrito Federal, creen que
el tráfico de personas ya es la segunda
fuente de ingresos del crimen
organizado, después del trasiego de
drogas.
En entrevista con el diario inglés The
Guardian, Teresa Ulloa, directora
regional de la Coalición Contra el Tráfico
de Mujeres y Niñas para América Latina
y el Caribe, reveló que su organización
cree que, sólo el año pasado, los carteles
mexicanos hicieron US$10.000 millones
de la esclavitud y explotación sexual de
mujeres y niñas.
A veces parece un tema omnipresente en
este país: en los diarios se registra el
rescate de víctimas, en el sistema de
televisores del metrobús se anuncian los
teléfonos a los que hay que llamar para
denunciar. En la radio se debate. Sin
embargo, no hay cifras exactas del
fenómeno.
"Se puede tener una idea de la dimensión
por los miles de jóvenes que
desaparecen cada año en este país", me
dice el director de una organización no
gubernamental que se dedica a reacoplar
en la sociedad a las víctimas de la trata.
Hace unos días el asunto volvió a
caldearse cuando Lydia Cacho, quizá la
periodista que más ha trabajado el tema
en el país, denunció que algunos
cabilderos quieren reformar la ley de
trata de personas -que sólo entró en
vigor el año pasado- para desactivarla.
III
El conductor del taxi me mira a través
del espejo retrovisor cuando le digo que
voy al 189 de la Calzada Melchor
Ocampo, donde funcionaba el table
dance Cadillac.
-¿Y qué va a hacer allí a estas horas? (Es
temprano en la mañana).
-A tomar unas fotos.
Esta vez su respingo es visible. Reduce la
velocidad. Me mira de nuevo por el
espejo y me dice que tenga mucho
cuidado.
El Cadillac fue allanado y cerrado a fines de
mayo.
-¿Por qué?
-Porque si te ven, te golpean.
Le recuerdo que el sitio ya está
clausurado. De todas maneras me
recomienda precaución y se estaciona a
la vuelta, donde no pueden ver el taxi.
Una mugrienta alfombra verde cubre la
acera. Las puertas metálicas tienen los
sellos amarillos de clausura, algunos
desgarrados. En uno de ellos, intacto,
dice "Delito: trata de personas".
En medio, una puerta está abierta y da a
un pequeño rellano, donde se acumulan
botellas de plástico, bolsas, papeles.
Basura. En la avenida, el embotellamiento
de tráfico ya es monumental.
Desde fuera, nadie imaginaría la ordalía
de dolor que Karina vivió allí.
De vuelta en el taxi, el chofer me asegura
que algunas de las chicas que trabajaban
allí han sido trasladadas a otro "teibol"
en la Avenida Insurgentes.
IV
En Ciudad de México, el mapa físico de la
trata y la prostitución tiene tres
peldaños, tres circulos rojos. El inferior
es el barrio La Merced. Le sigue la
famosa Calle Sullivan.
El círculo superior lo ocupan los table
dance .
V
Quien conozca barrios populares
latinoamericanos, que son a la vez
enormes
mercados, conoce La Merced,
en el DF. Una de sus particularidades son las

mujeres que se prostituyen en sus
calles.
VI
De día, la Calle James Sullivan luce como
cualquier otra: enormes edificios de
empresas como Telmex. Puestos
ambulantes de chucherías, un largo
parqueadero y fondas de comida
acompañan el impersonal serpentear de
Sullivan hasta que desemboca en la
Avenida Insurgentes, al lado de un
enorme Monumento a La Madre. Muy
cerca del edificio del Senado.
De noche es algo muy distinto. Cada
jornada -pero en especial desde los
jueves- es posible ver a decenas de
mujeres (se calcula que en ocasiones
pueden llegar a ser 200) ofreciéndose al
mejor postor. A veces se forman filas de
carros con clientes esperando.
Madaí Morales, de 23 años de edad,
conoce bien esta calle: durante dos años
fue obligada a prostituirse allí, día tras
día, sin descanso, por el hombre con
quien alguna vez soñó formar una
familia.
A diferencia de Karina, Madaí no llora
cuando cuenta su historia, aunque su
voz tiembla en algunos episodios.
Su dolor asoma en la minuciosidad con
que relata esa porción de su existencia:
recuerda cada detalle con una precisión
asombrosa. Desde cómo estaba vestido
"Jorge" (el hombre que la enamoró y
luego la prostituyó), cuando lo conoció
en Veracruz, hasta las prendas que ella
portaba el día que decidió escapar.
Sullivan es una zona de oficinas. En la calle
queda el tribunal superior de Ciudad de
México.
Es una historia conocida: los
"padrotes" (como se conoce en México a
los hombres que controlan a las
prostitutas) tienen un olfato canino para
detectar jóvenes vulnerables,
enamorarlas pintándoles un futuro de
tonos rosa, arrancarlas de su entorno y
luego obligarlas a venderse en las calles.
Es la historia de Madaí. Jorge -años
después descubriría que no es su
verdadero nombre- la convenció de irse
a vivir a Ciudad de México. La llevó a un
"cuarto verde" de un hotel de paso en la
calle Arista, número 36.
Dos días después, caminando por las
calles aledañas, le mostró a unas jóvenes
que esperaban en la banqueta. "Chicas
que estaban vestidas de una forma muy
fea, casi desnudas. Él me las señala y
dice: 'mira, como ellas vas a trabajar'".
Madaí creyó que era una broma. Pero
esa noche se lo repitió: "'¿Te acuerdas lo
que te dije hace rato?'. Le dije, 'sí, pero
estás loco, ¿no? Estás jugando'. Me
respondió 'no, eso es lo que vas a
hacer'. Me dijo que para eso me había
traído, que si pensaba que era para algo
distinto estaba equivocada".
"Le respondí que trabajaba en cualquiera
otra cosa. Me dijo que me callara, que
ahí mandaba él. Que iba a investigar
dónde estaba mi familia y con eso me
amenazó. No tuve otra salida más que
aceptar".
"Se fue y más tarde llegó con una bolsa
negra. Adentro había faldas
supercorticas, blusas muy escotadas y
zapatillas con tacones muy altos".
"No pensé en escapar porque tenía
mucho miedo. No me había dejado
hablar con nadie, no conocía a nadie. Yo
era una persona muy inocente".
VII
Avenida Insurgentes. La requisa es rápida
pero prolija. Dos hombres de traje
oscuro y con audífonos en las orejas nos
obligan a extender los brazos y nos
cachean con mano experta. Otro nos
franquea la entrada.
Cada vez se informa más sobre rescate de
jóvenes víctimas de trata.
Adentro, en un escenario justo en medio
del local, una joven semidesnuda baila de
manera mecánica.
La rutina es igual para todas las chicas,
de nombres sonoros y evidentemente
falsos. Tres canciones. La última es la del
desnudo total. Algunas se limitan a
danzar, otras hacen alguna rutina
acrobática en el pole platinado que se
erige a un lado del escenario.
Un animador con micrófono trata, sin
mucha suerte, de caldear el ambiente.
Hay pocos clientes, a pesar de ser
sábado. Las protestas de los maestros,
que bloquean el centro de la ciudad, han
hecho que la semana sea mala.
Esto nos lo cuenta una joven caribeña
que se sienta en nuestra mesa. Poco
después se nos une una mexicana, de
unos 30 años y hermoso rostro.
Nos sirven ron rebajado con agua. Por
cada trago que compramos, una boletera
les da un papelito. Les pagan de acuerdo
con nuestro consumo.
En un rincón se aburre una docena de
mujeres, todas con trajes diminutos,
mallas y grandes tacones. Otras están
sentadas con los escasos clientes. Los
vigilantes pululan por doquier. Contamos
nueve.
Las mujeres en nuestra mesa parecen
hablar de manera desprevenida. La
caribeña me dice que lleva cuatro años
en México y que parte de su familia vive
en el país. De manera discreta trato de
preguntarle por su vida, su oficio. En
ningún momento da la impresión de
estar sometida por el miedo.
La muchacha caribeña me ofrece un
"baile privado" en un reservado del que
ya he visto entrar y salir a varias parejas.
Digo que no.
Al rato, cansada de nuestra cháchara, la
mexicana pone las cartas sobre la mesa:
3.500 pesos (US$265) a cada uno por
irse con nosotros al hotel -les he dicho
que estoy de visita en el país-, que
incluye lo que cobra la casa por dejarlas
ir.
Farfullamos una excusa y nos largamos.
Al salir, los guardias nos piden propina.
VIII
El método para enganchar a Karina
también fue el enamoramiento. Ocurrió
en Cancún, donde trabajaba como chef.
Estaba en uno de los momentos más
vulnerables de su vida: embarazada de
una niña, sola y con leucemia. "Para mí
era muy importante que este chico
estuviera a mi lado".
Le ayudó a pagar la quimioterapia. Luego
la convenció de irse para el DF, con sus
padres. "Al principio era todo bonito,
cuidados". Sin embargo, a las dos
semanas ve cómo golpea a sus propios
padres. Luego empieza a golpearla a ella,
todavía en embarazo.
La niña nació prematura, algo que Karina
atribuye a las golpizas que recibía.
"Ese tipo me dice que tengo que
trabajar, que tengo que pagarle lo de las
quimioterapias, lo del nacimiento de mi
hija y todo el tiempo que me estuvo
manteniendo. Cuando quiero tomar mis
documentos, los destruye".
Es entonces que la lleva al Cadillac.
IX
Trece rutas ha
sido identificadas
en México para
la trata, según un
diagnóstico del
Centro de
Estudios e
Investigación en
Desarrollo y
Asistencia Social,
A.C. (Ceidas).
Son las de
Nogales,Tijuana,
Mexicali, Ciudad
Juárez, Nuevo
Laredo y Matamoros en el norte del país.
En el Pacífico, Puerto Vallarta, Acapulco
y Tapachula. Cancún sobre el Caribe, en
la Península de Yucatán. Veracruz sobre
el Golfo de México y Tlaxcala y el Distrito
Federal en el centro.
Según la periodista Lydia Cacho hay que
agregar al menos una más: Guadalajara.
La reportera e investigadora me asegura
que los aeropuertos de esa ciudad y de
Cancún son el equivalente a "fronteras
porosas" para el ingreso a México de
mujeres que son traficadas desde otros
países.
Para ser alguien que ha vivido bajo
amenaza constante los últimos ocho años
de su vida, y que incluso ha tenido que
exiliarse, Lyidia Cacho impacta como una
persona tranquila, con buen sentido del
humor.
Se dio a conocer en 2005 con "Los
demonios del Edén", un libro donde
denunció, con nombres propios, una red
de pornografía infantil y pederastia en
México. El reportaje le brindó fama, pero
también acoso y amenazas, algo que no
cesa hasta el día de hoy.
Para su libro "Esclavas del poder", Cacho
viajó por todo el mundo siguiendo las
rutas de la trata sexual. Turquía, Israel y
Palestina, Japón, Camboya, Birmania y
Argentina fueron puertos de visita -en
ocasiones de incógnito- para trazar ese
mapa de infamia.
En México es especialmente profundo su
conocimiento de Cancún y sus
alrededores, donde trabajó varios años
como periodista.
"Encontramos un grupo bastante sólido
de mafias rusas que están en Playa del
Carmen (conocido balneario cerca de
Cancún). He estado investigando a dos o
tres de ellos que operan abiertamente,
dedicados eminentemente a la trata de
mujeres de Europa del Este a Quintana
Roo".
"Estados Unidos tiene varias
investigaciones abiertas (en Miami,
Nueva York y Phoenix, Arizona) de
tratantes rusos que están operando allí.
Explotan a las mujeres un tiempo en
Cancún y después se las llevan a EE.UU.".
La frontera con Estados Unidos también
puede calificarse como porosa. Los
métodos preferidos para ingresar a las
jóvenes es hacerlo de manera ilegal -
como "espaldas mojadas"- o casarlas con
alguien que tenga green card y pasarlas
legítimamente.
X
Madaí tomó la decisión de fugarse
cuando se enteró de que la iban a
trasladar a Nueva York.
"Me puse como loca y le dije que allá no
me iba. Entonces me golpeó".
Saber que la iban a sacar del país le dio
el valor del que había carecido durante
los dos años en que fue obligada a
prostituirse en un hotel de propiedad de
un español, situado a pocos pasos de la
Calle Sullivan.
"No tenía ningún descanso, era de ir
todos los días, todos los días, todos los
días... El resto me la pasaba llorando,
pensando cómo iba a hacer para salir de
ahí".
"En los casi dos años sólo uno de los
clientes tuvo un poco de compasión de
mí. Casi siempre estaba llorando y uno
de tantos me vio y me preguntó qué
tenía. Yo le dije que me sentía mal. No
quiso hacer nada conmigo, pero me dio
el dinero. Lo tomé porque sabía que lo
necesitaba para completar".
"Le confesé que había alguien que me
obligaba. Me dijo que me escapara. Le
contesté que lo iba a hacer pero por mi
familia, porque la vida no me importaba.
Intenté suicidarme varias veces con
pastillas, que fue tan estúpido, porque
no me hicieron nada".
Durante ese tiempo, la joven fue
obligada a atender entre cinco y veinte
clientes por día, laborando entre cinco y
ocho horas diarias.
Madaí es ahora presidenta honoraria de la
organización Reintegra, que ayuda a jóvenes
víctimas de trata.
En la conversación hay fogonazos de la
persona que fue Madaí a los 19 años,
antes de conocer a Jorge. Con una risa
tímida. Al buscar una pelusa inexistente
en sus pantalones grises. O cuando habla
del futuro.
Pero en este momento hablamos del
pasado. De un viernes a fines de enero,
hace dos años, cuando su "padrote" le
anunció el viaje a Nueva York.
Esa noche trabajó en Sullivan, como de
costumbre. El sábado en la madrugada
vio que "Jorge" pasaba en un taxi. La
estaba vigilando.
La mañana del sábado, sin haber pegado
el ojo, tomó un taxi y se dirigió a un
hotel no lejos de la Calle Sullivan. El
domingo se cambió a un hostal en el
centro histórico.
"El lunes fui a la Procuraduría, me
prestaron atención. Me trataron muy
bien. Al otro día detuvieron a Jorge en un
gym al que le gustaba ir".
XI
La Procuraduría General del Distrito
Federal está situada en un edificio
cuadrado y feo, de colores crema y
verde pálido, al que se conoce
informalmente como "El Búnker".
En su laberinto de oficinas está la fiscalía
encargada del delito de Trata de
Personas del DF. La fiscal, Juana Camila
Bautista, es esa rara avis : una funcionaria
de la que casi todos hablan con respeto.
Periodistas, víctimas e integrantes de
organizaciones no gubernamentales
recomiendan hablar con ella.
Estamos sentados en una oficina sencilla
(una mesa, pocas sillas, un mapa de la
capital de México en la pared),
acompañados de un asistente de la fiscal
y de un funcionario de comunicaciones
que graba toda la entrevista.
"La trata es un delito complejo, porque
las víctimas muchas veces no se asumen
como tales. Muchas veces están
sometidas y no quieren denunciar a sus
tratantes por amenazas a ellas, sus
familias o a los hijos que tienen con
ellos".
Esto me lo confirman Madaí y Karina,
quienes durante las entrevistas insisten
una y otra vez que más del 90% de las
chicas que conocieron se prostituían
porque eran obligadas, no por voluntad
propia.
Aunque Juana Camila Bautista lleva varios
años trabajando en temas de trata, la
fiscalía que encabeza sólo fue creada en
mayo de este año.
"Hace cuatro años tuvimos un caso de
una chica de Morelos, la fuimos a
rescatar de Tijuana, ella tenía miedo
porque el tratante la había amenazado y
había quemado las chozas de sus padres,
que eran campesinos", me dice la fiscal.
A pesar de eso, entre 2008 y 2009 se
rescataron casi 200 personas, la mitad
menores de edad. Sólo desde mayo de
este año -cuando empezó a funcionar la
fiscalía- han llevado a cabo alrededor de
200 operativos, con más de 90 personas
consignadas. Se han rescatado 210
víctimas.
Pero los "padrotes" están aprendiendo.
Por ejemplo, ahora pocos se arriesgan
con menores de edad, pues saben que
las penas empeoran.
"Muchas de ellas nos han contado que
los dueños o los encargados de los
establecimientos donde son explotadas
las reúnen y llegan abogados para que
las aleccionen y les indiquen qué decir
en caso de que haya operativos. Qué
decir ante la policía, ante el ministerio
público, para que los dueños no tengan
ningún problema", explica la fiscal.
¿Por qué es tan difícil atacar lo que está
a la vista de todos, por ejemplo en la
Calle Sullivan?
"La prostitución en nuestra ciudad no es
delito. Lo que perseguimos son los
delitos que se dan alrededor de esta
actividad (…). La ley en cuanto a la
explotación sexual establece que si una
chica le da aunque sea cinco pesos al
tratante, ahí ya la está explotando".
Agrega, empero, que podría organizar en
ese mismo instante un operativo en
Sullivan y ninguna chica se atreverá a
acusar a su padrote.
XII
Karina escapó con la ayuda del taxista
que la llevaba, junto a otras muchachas,
a diferentes bares y "teibols". Para
entonces ya tenía otra hija. No sabe
quién es el padre.
"El señor me llevó a un hotel y me dijo
que le hablase a inmigración o a la
policía. Y dije, bueno, a lo que pasa eso
las duermo a mis niñas para que estén
tranquilas y pueda estar segura. (Los
padrotes) no tardaron ni diez minutos en
llegar. Rompieron la puerta de la
habitación, me golpearon, me dejaron
inconsciente... Se llevaron a mis hijas".
A ella la dejaron. Karina estuvo cinco
meses sin ver a sus pequeñas. Para
recobrarlas tuvo que pagar 200.000
pesos mexicanos (unos US$15.000).
Cuando le regresaron a sus hijas, la
menor, de cinco años de edad, había
sido violada.
"¿Sabe el dolor que es eso? Uno no es
que soporte, no es que pueda más,
simplemente sabía que lo que me
estaban haciendo lo aceptaba por la vida
de mis niñas. Pero mi hija... ella fue
violada por no sé cuántos tipos".
"De todo esto ya ha pasado un año y mi
hija no tolera que la toquen. Todas las
noches se despierta llorando. Igual que
yo. Le cuesta mucho trabajo aprender en
la escuela. A veces siento que se va de
este mundo. La siento ausente. Ella no
puede expresarse. Yo no sé lo que
siente... Pero cuando la veo sonreír para
mí es un alimento, una tranquilidad verla
que está allí, en mi vida".
XIII
Gracias al testimonio de Madaí, "Jorge"
fue condenado a 20 años de prisión.
Veinte más fueron añadidos por otro
caso.
Madaí es ahora presidenta honoraria de
Reintegra, una organización no
gubernamental que trabaja con jóvenes
rescatadas de las redes de la trata.
También estudia derecho.
El "teibol" Cadillac fue cerrado en un
operativo a fines de mayo de este año.
Se detuvo a catorce personas: el gerente,
meseros, personal de seguridad y
boleteras.
Varias de las chicas que allí trabajaban,
entre ellas Karina -que se presentó ante
la Procuraduría cuando supo del
allanamiento-, declararon en contra de
los dueños y los empleados del lugar.
Algunas se retractaron luego.
Karina no lo ha hecho. Ahora vive, en
compañía de sus hijas, en un lugar
secreto. Asegura que el taxista que la
ayudó a escapar fue asesinado.
El proceso contra los catorce detenidos
en El Cadillac sigue en firme, así como
una extinción de dominio para el
inmueble.
De esa manera, el infierno quizás tendrá
una entrada menos.